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Dislexia y TDAH

Dislexia y TDAH: ¿detectarlos mejor o prevenirlos mejor?

Dislexia y TDAH: ¿detectarlos mejor o prevenirlos mejor?

Shutterstock / Veja

Edurne Goikoetxea, Universidad de Deusto

El déficit de atención, caracterizado por problemas en el control de la atención y la alerta, a veces acompañado de hiperactividad e impulsividad, llamado entonces trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), y la dislexia, caracterizada por una lectura y escritura de palabras acusadamente incorrecta y lenta, son considerados hoy trastornos neuropsiquiátricos de origen biológico. Entre ambos suman bastante más de la mitad de los diagnósticos de trastornos del desarrollo en la infancia, aunque la validez de estos diagnósticos no está firmemente establecida.

En relación a estos trastornos, existe la creencia (basada en algunos estudios) de que en España hay muchos niños y niñas con TDAH o dislexia que no son diagnosticados. En cambio, en países como los Estados Unidos existe una polémica por un posible sobrediagnóstico de ambos trastornos. La polémica ha llegado al discurso político, a los medios de comunicación de masas y a ley de educación norteamericana. También se ha hablado de sobrediagnóstico en países en desarrollo.

Implícita a la idea de infradiagnóstico está la suposición de que existe una idea clara de cuántos niños deberían ser diagnosticados con TDHA o dislexia. En España no contamos con estudios basados en una muestra representativa nacional y evaluada con múltiples métodos. Sí hay estudios locales que podrían servir de aproximación (TDAH; dislexia).

El criterio comúnmente empleado es el de las tasas de prevalencia de manuales diagnósticos, obtenidas a su vez de estudios previos. El DSM–V de 2013 (el manual más autorizado de psiquiatría compilado por la Asociación de Psiquiatría Estadounidense) estima una prevalencia del 5 % para el TDAH y entre 5 %-15 % para la dislexia. Podemos comparar estas tasas de prevalencia con las de otros estudios nacionales (aunque las tasas de prevalencia cambian en el tiempo y entre países por diferencias en metodologías, muestras, criterios diagnósticos, lenguas y su escritura).

Por ejemplo, el último estudio nacional en Francia estima una prevalencia del TDAH entre el 3,5 %-5,6 % en niños de 6-12 años. Un estudio nacional en EE. UU. estima una prevalencia del TDAH del 10,2 % en niños de 4-17 años. Otro reciente estudio nacional en Italia cifra una prevalencia de la dislexia del 3,5 % en niños de 8-10 años; mientras que el más reciente estudio francés cifra una prevalencia del 6,6 % en niños de 6º de primaria.

Problemas de exactitud

El diagnóstico de ambos trastornos afronta problemas de exactitud y validez por diversas razones: las limitaciones de las pruebas empleadas, como el reporte donde se recogen juicios basados en heurísticos y sesgos (p. ej. el efecto halo) tanto de quien diagnostica, como de quienes informan acerca del niño, el reducido uso de la evaluación de los resultados a través del test–retest, la ausencia de información sobre la sensibilidad y especificidad de las pruebas (un muy bajo rendimiento en pruebas de lectura es un indicador de una pobre lectura, pero no es un indicador específico de dislexia) y los propios sesgos de quien diagnostica tales como la desestimación de las probabilidades previas.

En suma, el diagnóstico del TDAH y de la dislexia es complejo, presenta incógnitas y sus consecuencias son de largo alcance.

¿Prevenir el TDAH?

En cuanto a la atención, las redes atencionales se desarrollan a lo largo de la primera infancia. Aproximadamente a los 7 años la edad estas redes (de alerta, de orientación y de control) alcanzan el desarrollo pleno. Durante todos estos años, además de la genética, las condiciones de crianza determinan una buena parte de este desarrollo. En la infancia es el cuidador quien ofrece gran parte de la regulación del niño: tomarlo en brazos y mecerlo para calmarlo, orientar su atención hacia aspectos del ambiente, subir o bajar la estimulación sensorial (luces, sonidos, temperatura), hablarle, son controles externos que el niño terminará por hacer suyos para autorregular su emoción y cognición. Pero necesita tiempo.

Por el contrario, las condiciones de crianza desfavorables afectan negativamente al desarrollo de las redes atencionales.
Hay que evitar altos niveles de estrés en la infancia temprana y de penuria y deprivación cognitiva y social. Padres y maestros pueden hacer mucho como ciudadanos apoyando políticas económicas y sociales que protejan al niño y a su familia a través de la oferta de servicios y programas de ayuda a la crianza y prevención del maltrato infantil.

Cuando se perciben problemas de atención, la solución nunca es la medicación. Sí hay evidencia de estudios experimentales sobre el efecto positivo de entrenar las redes atencionales implicadas en tareas que entrañan conflicto y esfuerzo mental. Esto se puede hacer con ejercicios creados para ese fin. La práctica de la meditación también ha demostrado mejorar las redes atencionales en personas adultas con y sin TDAH.

La importancia de los maestros y la lectura

En cuanto a la lectura, los maestros pueden hacer casi todo respecto a la enseñanza de la misma. Su formación y vocación merecen ser objeto de atención nacional. En común con los padres tienen dos acciones: el desarrollo del lenguaje y el desarrollo de la actitud positiva necesaria para leer por voluntad o placer.

El vocabulario es uno de los cinco componentes de la enseñanza de la lectura. Contar o leer repetidas veces una historia, explicar el significado de las palabras y hacer preguntas que incluyan palabras desconocidas haciendo aclaraciones (durante las comidas, los desplazamientos, etcétera) favorece el aprendizaje del vocabulario, pues es necesario conocer la mayoría de las palabras de un texto para comprenderlo.

Ya en preescolar, hay diferencias notables en el tamaño del vocabulario que permanecen en el tiempo. Son diferencias difíciles de revertir porque el aprendizaje del vocabulario sigue el efecto de bola de nieve. Por ello, la Asociación Americana de Pediatría pide a sus pediatras que modelen a los padres, en consulta, la lectura compartida con niños.

La actitud y motivación hacia la lectura se crea en la familia, antes de la entrada a la escuela y con independencia de ella, pero también en la escuela, entre maestros y bibliotecarios. El paso de saber leer a leer por propia motivación se hace leyendo. No sólo como ejercicio obligatorio (porque mejora probadamente las destrezas de comunicación académica y el rendimiento a largo plazo), sino por el deseo de conocer historias de autoras y autores que tienen algo que contar y saben cómo hacerlo. Por ello, la elección de (buenos) libros es clave; son ellos el universo de riqueza, la fuente de disfrute y desarrollo emocional y moral.The Conversation

Edurne Goikoetxea, Profesora de Dificultades de Aprendizaje, Universidad de Deusto

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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Beber agua incluso sin sed

Motivos para beber agua, incluso sin sed

Motivos para beber agua, incluso sin sed

Shutterstock / emerald_media

Ana Belén Ropero Lara, Universidad Miguel Hernández y Marta Beltrá García-Calvo, Universidad Miguel Hernández

Buscamos esperanzados agua más allá de nuestro planeta como la única posibilidad de que haya vida. Sin embargo, aquí, en la Tierra, apenas le prestamos atención.

A pesar de que nos va la vida en ello, el agua es el nutriente olvidado en la investigación científica. Las evidencias para determinar las recomendaciones de ingesta de agua en relación con sus efectos sobre la salud son escasas. Incluso algunas guías alimentarias ni la mencionan.

El problema radica en que faltan estudios de largo alcance y con un gran número de participantes. Solo de esta forma se pueden determinar cómo nos afectan grados de deshidratación pequeños, que son los que realmente se dan en el día a día en personas sanas.

En este artículo pretendemos dar una visión de conjunto para entender por qué es tan importante mantener un buen estado de hidratación y cómo hacerlo.

En constante equilibrio

Mantener el balance de agua en nuestro cuerpo es fundamental para nuestra supervivencia. Por esta razón, tenemos un sistema muy fino que mantiene sus niveles dentro de un rango estrecho, a pesar de la gran variabilidad en la ingesta de agua.

Cuando bebemos poca agua, se ponen en marcha dos mecanismos. Uno de ellos tiene como finalidad disminuir la pérdida de agua a través de la orina. El otro es el mecanismo que dispara la sed.

Por estas razones, en condiciones fisiológicas la acumulación de líquidos no puede ser la razón principal para el exceso de peso corporal (sobrepeso u obesidad). Si sospechamos que retenemos líquidos, debemos acudir al médico.

Por otro lado, resulta muy difícil beber tanta agua como para que tenga efectos negativos. Esto es así, principalmente, porque el riñón tiene una alta capacidad para eliminar el exceso en la orina (0.7-1 litro/hora).

Deshidratados enfermamos más

Estudios científicos apuntan a una asociación directa entre el grado de hidratación y ciertas enfermedades. Concretamente, la deshidratación se ha asociado con alteraciones urológicas, gastrointestinales, circulatorias y neurológicas. Sin embargo, en muchos casos las evidencias son escasas o inconsistentes como para sacar conclusiones claras.

Estudios observacionales relacionan un consumo habitualmente bajo de agua con un mayor riesgo de problemas cardiovasculares en el futuro. De la misma forma, una ingesta baja de fluidos también es un factor de riesgo para la formación de piedras en el riñón.

A esto se le suma que en 2016 se realizó un gran estudio con una muestra representativa de la población de EE.UU. Los resultados mostraron mayor índice de obesidad en personas que no tenían una buena hidratación. Además, el índice de masa corporal también fue más elevado.

Por otro lado, estudios de diversa índole apuntan a una interacción directa entre una ingesta pobre de agua y problemas metabólicos. Además, la pérdida de agua corporal durante el ejercicio parece afectar negativamente al rendimiento físico.

El cerebro tampoco sale ileso cuando ingerimos menos líquido del debido. Una revisión publicada en 2015 encontró que, según los 21 estudios analizados, la deshidratación está asociada con personas menos alerta y más fatigadas. En cuanto a la capacidad cognitiva, son necesarios estudios con mayor número de personas para poder obtener evidencias convincentes.

Mujer en contraluz bebiendo de un bote de agua.
Shutterstock / KieferPix

Cómo mantener una buena hidratación

Estudios en España y en varios países de Iberoamérica muestran que, en general, la población no alcanza la ingesta de agua recomendada. Por lo tanto, es necesaria una mayor concienciación sobre la necesidad de beber más agua.

La mejor forma es beber cuando tenemos sed. Parece obvio, pero muchas personas no sienten sed, no le prestan atención o incluso puede que no la reconozcan. Por eso es fundamental adquirir un buen hábito de hidratación desde pequeños e insistir mucho a las personas mayores.

Las diversas instituciones nos recomiendan tomar 2-3 litros de agua al día. Esta cantidad debe aumentar en verano o si realizamos ejercicio físico.

Hay que beber agua, no hay otra alternativa. Es preferible hacerlo en pequeñas cantidades a lo largo de todo el día. Es la mejor forma de favorecer la absorción del agua.

Otras fuentes importantes de este nutriente son los alimentos como verduras, hortalizas y frutas, porque más del 80% son agua.

Las bebidas azucaradas no son una opción por su alto contenido en azúcares libres. Estos están relacionados con mala calidad de la dieta, obesidad y riesgo de contraer enfermedades no transmisibles.

Las bebidas con edulcorantes tampoco son recomendables. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) coinciden en que los productos con edulcorantes no son saludables. Consideran que “el consumo habitual de alimentos de sabor dulce (con o sin azúcar) promueve la ingesta de alimentos y bebidas dulces, incluso los que contienen azúcar”.

A modo de conclusión

Es cierta la manifiesta falta de estudios que conduzcan a la determinación clara de las recomendaciones de consumo de agua. Hay que reconocer que esto genera dudas y las tentaciones obvias de buscar en Internet.

Pero, si los expertos reconocen que faltan evidencias, ¿podemos fiarnos de las afirmaciones o controversias fomentadas por empresas embotelladoras, influencers y opinantes de todo tipo?

Estas humildes autoras se declaran incompetentes para poner en jaque a las instituciones que, con más o menos evidencias, aportan su opinión crítica y fundada.

Por lo tanto, convirtamos el agua en nuestro compañero más fiel este verano. Levantemos el codo con la convicción de que, si bien puede no parecernos un manjar para nuestro paladar, sin agua, no hay vida.The Conversation

Ana Belén Ropero Lara, Profesora Titular de Nutrición y Bromatología – Directora del proyecto BADALI, web de Nutrición. Instituto de Bioingeniería, Universidad Miguel Hernández y Marta Beltrá García-Calvo, Profesora de Nutrición y Bromatología., Universidad Miguel Hernández

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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La energía negativa del código de la emoción

La energía negativa del código de la emoción

Una sensación interior que lleva años trastornándonos. Es la energía negativa del código de la emoción que afecta a todos los aspectos de nuestra vida

Para nadie debería ser un descubrimiento que el cuerpo está formado por energía. De tal manera que funciona, crece y se desarrolla gracias a una energía natural que fluye de forma permanente a través de tu cuerpo.

La energía negativa del código de la emoción
La energía negativa del código de la emoción

Los que están familiarizados con el yoga o con el reiki conocen bien la importancia del equilibrio y la alineación de esta energía. Debe fluir de forma natural a lo largo de los chacras. Pero cuando esta energía que hay en tu cuerpo sufre alteraciones y no mantiene la esencia del equilibrio que debería los problemas se suceden tanto físicos como psíquicos.

La energía negativa del código de la emoción. Da prioridad para conseguir eliminarla

El doctor Nelson es sobradamente conocido por cuanto se preocupa por este tipo de cuestiones relacionadas con el cuerpo humano y su energía. Así, su libro el Código de la emoción supuso en su día una revolución al hacer un planteamiento totalmente diferente, y bastante realista, del daño que las emociones atrapadas son capaces de hacer en nuestra vida. Y lo más llamativo de esta propuesta del doctor Nelson es que la mayoría de las personas las padecen.

Cuando la energía negativa, hola si no se les atrapadas, se han introducido en tu cuerpo es fundamental en la playa lo antes posible. Porque una energía negativa está fluyendo por organismo y solamente puede traer consigo aspectos negativos para tu cuerpo.

Pero mucha gente no sabe que desde hace tiempo está bajo los efectos de emociones atrapadas, por lo que es lo mismo de distintos focos de energía negativa. Ellos piensan que es normal mantener durante tiempo en estado de pesimismo o incluso, también es normal tener enfermedades de distinto nivel de forma regular. Y pero el problema es que no saben cómo descubrir esas emociones atrapadas que tienen en su interior. Ahí es donde entra en juego el Código de la emoción del doctor Nelson.

Para ello se ofrece un método que hace un llamamiento al subconsciente por medio de las respuestas físicas de nuestro cuerpo. Al principio las personas que empiezan a utilizar este método manifiestan un cierto escepticismo. Pero con un poco de práctica descubrí como una realidad.

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Abandonó el ejercicio físico

¿Fui yo quien abandonó el ejercicio físico o me abandonó él a mí?

¿Fui yo quien abandonó el ejercicio físico o me abandonó él a mí?

¿Le suena la frase “mañana me apunto al gimnasio”? O mejor, “mañana, sin falta, empiezo una rutina consistente en andar o correr todos los días al menos una hora”, “voy a empezar a salir con la bicicleta todos los días un rato” o el más relajado “hoy me voy a tomar un pequeño descanso, mañana ya haré ejercicio físico”. Y agonizó el ejercicio físico de esperar al mañana que nunca llegó…

Si somos sinceros, no sabemos cuántas veces habremos pronunciado estas afirmaciones con un gran cariz de rotundidad, pero justo en eso se quedan, en el cariz. Pensar en hacer algo saludable, como el ejercicio físico, hace que nos invada un sentimiento de desgana inconmensurable.

Esto nos lleva a preguntarnos: “¿soy yo quien abandonó el ejercicio físico o es este el que me abandona a mí de tanto hastío?”. ¿Se ha hecho esta misma pregunta alguna vez? Déjenos que le contemos los beneficios que tiene el ejercicio físico para nuestra salud, no únicamente física sino también mental. Entonces procederemos a analizar desde la Psicología por qué a pesar de conocer estos beneficios nos cuesta tanto practicar ejercicio físico con constancia.

La herramienta más segura para el corazón

El ejercicio físico ha demostrado su potente efecto en la reducción de la morbilidad asociada a la enfermedad. Esto es debido a la mejora que produce de las funciones cardiovascular, cerebrovascular, metabólica y músculo-esquelética.

La función cardiovascular es la más ampliamente estudiada. Es bien conocido que cuando aumenta la práctica de ejercicio físico se observan beneficios cardiovasculares inmediatos y a largo plazo. Incluso cuando se padece de forma congénita alguna enfermedad cardíaca.

En general, la realización de ejercicio físico en el tiempo libre se ha relacionado con un menor riesgo de desarrollar insuficiencia cardíaca así como con una probabilidad reducida de que se produzca un ataque al corazón en el futuro. Estos beneficios se obtienen también con actividades básicas como caminar y salir en bicicleta. Por tanto, es importante no perder de vista que el ejercicio físico es un gran tributo para nuestro corazón.

Además, el ejercicio físico regular ayuda a reducir la obesidad, la debilidad muscular y enfermedades relacionadas con la fragilidad y densidad de los huesos como la osteoporosis. Incluso disminuye la percepción de dolor crónico. Por ejemplo, el dolor crónico lumbar, la fibromialgia y la migraña.

Medicina para el bienestar emocional

Sin olvidar todo lo anterior, hoy en día son cada vez más los trabajos que ponen de relieve la influencia del ejercicio físico a nivel emocional y cognitivo.

Si se realiza de forma regular, se relaciona con un descenso del estrés, ya que ayuda a regularlo. También con una mejora de funciones cognitivas, como la memoria de trabajo (la que nos permite mantener en la mente la información que necesitamos para realizar una tarea).

Son beneficios que se obtienen incluso cuando la persona presenta algún tipo de daño cerebral o proceso neurodegenerativo como, por ejemplo, algún tipo de demencia. Es más, el ejercicio físico en este caso llegaría a retrasar la aparición de estas patologías del funcionamiento cerebral.

De hecho, diversos estudios han intentado dilucidar los mecanismos neuronales mediante los cuales el ejercicio físico tiene un efecto beneficioso en nuestra cognición, siendo este aún un campo por explorar en mayor profundidad.

En cuanto al estado de ánimo, ha mostrado su efecto aliviador de enfermedades de tipo psicológico como la depresión y la ansiedad.

Se consigue porque produce un incremento del humor, autoestima, afecto positivo y sensación de bienestar, en general, al liberar endorfinas y mejorar el sueño. Estos beneficios no tienen edad.

Además, el deporte aumenta la autoeficacia o la percepción de capacidad que tenemos sobre el logro de objetivos y conciencia corporal (la que tenemos sobre lo que ocurre en nuestro propio cuerpo).

Es de gran transcendencia en este punto informar de la relevancia de la constancia en la realización de ejercicio físico. Todos los efectos beneficiosos que hemos reportado hasta el momento tendrían su base en la práctica de ejercicio físico de forma regular. No cuando es únicamente ocasional.

Primer paso: ¿por qué practicamos ejercicio físico?

Ahora bien, aun conociendo todos estos datos, ¿por qué nos cuesta tanto realizar ejercicio físico y más aun de forma regular? No existen estudios que lo hayan analizado de forma empírica. Sin embargo, desde la psicología podemos hablar de ciertos factores que podrían influir en nuestra decisión de realizar ejercicio físico de manera constante.

El primero de ellos es la motivación personal que nos impulsa a adquirir hábitos, destrezas o habilidades con el único fin de lograr la excelencia, es decir, mejorar (motivación de logro).

De forma similar, existen dos tipos de motivación basados en el crecimiento personal y la autoregulación:

  • La motivación intrínseca: aquella que proviene del interior. Es decir, aquella que surge cuando la actividad produce satisfacción y placer en sí misma, sin obtener nada a cambio.
  • La motivación extrínseca: aquella que se relaciona con la obtención de algún tipo de recompensa, objetivo determinado o presión social. Por ejemplo, realizar un examen con éxito y conseguir una puntuación alta o estudiar una carrera universitaria porque es lo que nuestros padres esperan de nosotros. La motivación en este caso es totalmente externa.

Si atendemos a ambos tipos, es bien conocido que la mejor motivación para realizar algo proviene siempre del interior (intrínseca).

Desafortunadamente, en la sociedad actual se fomenta, desde que somos pequeños, la competición en todos los sectores y niveles. La competitividad es un gran enemigo del aprendizaje y el ejercicio físico.

Es decir, se fomenta y prioriza la realización del ejercicio físico para tener mejor cuerpo que otros, competir con otros, etc. No por el mero placer de realizarlo. Por eso, si no se dan estas circunstancias extrínsecas, simplemente no realizamos ejercicio físico.

Aquí es cuando nos estancamos y no entendemos por qué nos cuesta tanto hacer ejercicio físico. Hay otros casos en los que realizamos ejercicio para mejorar la sintomatología de alguna enfermedad. Aunque la motivación en este caso podría generar un gran debate, lo cierto es que esta motivación podría considerarse extrínseca, dado que lo hacemos para conseguir “algo” y descuidaríamos su realización por el más simple puro placer y mejorar por mejorar, sin que haya ningún factor adverso a enfrentar.

Segundo paso: ¿me ayudará mi personalidad?

El segundo factor relevante es la personalidad. Diferentes estudios han comprobado cómo esta influye a la hora de tender o no a realizar ejercicio físico. Se ha comprobado que las personas extrovertidas (personas a las que les gusta relacionarse con los demás y expresar sus sentimientos) y escrupulosas (responsables y organizadas) tienden a realizar más ejercicio físico en comparación con aquellas con tendencia hacia la inestabilidad emocional y los sentimientos negativos (neuroticismo).

Esta tendencia puede ser explicada, en parte, por la asociación de estos rasgos de personalidad con la motivación intrínseca y extrínseca de forma diferencial. Si bien la extraversión y escrupulosidad se asocian con una alta motivación intrínseca, la inestabilidad emocional lo hace con una alta motivación extrínseca.

Como podemos comprobar, nuestra personalidad nos puede ayudar, o, por el contrario, ser una barrera contra la realización de ejercicio físico de forma regular.

Claves para que la personalidad no nos detenga

Es cierto que la personalidad es difícilmente modificable. Pero podemos hacer que el ejercicio físico sea una de estas experiencias que doten a nuestra personalidad de otras facetas.

Para ello, un aspecto esencial y que se asocia con un mayor esfuerzo y persistencia es plantearse metas realistas (un deporte que podamos practicar y mantener).

Es fundamental que dichas metas estén bien definidas, es decir, debemos establecer un horario y un tiempo de realización concreto y apropiado a las circunstancias de cada uno.

Por otro lado, las metas deberían tener una dificultad intermedia. No son satisfactorias si nos parecen demasiado fáciles pero tampoco si son difíciles. Además, es importante fijarlas a corto plazo. Así podremos mantenerlas durante más tiempo y podremos adoptarlas a largo plazo de manera gradual.

Por último, es interesante obtener una respuesta. Por ejemplo, a través de una pulsera de actividad o refuerzos verbales de algún amigo o amiga que nos acompañe.

Ante todo, no debemos confundir las metas con los deseos. Las metas implican acción. Ergo, nuestras metas deben ser tomadas como un reto y su mantenimiento en el tiempo como un logro personal.

De esta forma, aumentará nuestra motivación intrínseca hacia el ejercicio físico. Además, la pericia en su práctica nos llevará a sentir la experiencia de flujo o felicidad. Es decir, se producirá una atención plena sobre aquello que estamos realizando y habrá una pérdida total de la autoconciencia (el ego se encuentra totalmente ausente).

Esta experiencia de flujo es la que sienten las personas que han adquirido el hábito de realizar algún tipo de deporte y puede considerarse uno de los motivos por los que mantienen este hábito a largo plazo, a pesar del esfuerzo que requiere.The Conversation

Casandra Isabel Montoro Aguilar, University lecturer and researcher, Universidad de Jaén y Carmen María Galvez Sánchez, PhD in Psychology. Research and teaching staff, Universidad de Jaén

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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Casandra Isabel Montoro Aguilar, Universidad de Jaén y Carmen María Galvez Sánchez, Universidad de Jaén

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La ciudad pos COVID

La ciudad pos COVID

Ni oficinas ni coches: así será la ciudad pos covid, la mayor revolución urbanística

Los arquitectos y urbanistas señalan que la pandemia ha resaltado los déficits de la ciudad del siglo XX. El teletrabajo avecina cambios en las islas de oficinas, comerciales y viviendas

Para muchos la ciudad en que viviremos los próximos años vendrá marcada por el avance imparable del teletrabajo y la implantación definitiva de la compra por Internet.

La ciudad pos COVID
La ciudad pos COVID

Y es que a pesar de la desidia y la falta de ideas de los ayuntamientos y gobiernos los cambios sociales, y en esto el COVID tiene mucho que decir, van a ser los que determinen el futuro. Al final la política, una vez más, mostrará su ineficacia, y será la sociedad saque marque y determine el futuro de nuestras vidas.

La ciudad pos COVID ¿Qué era eso de ir a la oficina?

Será una pregunta que nos hará nuestros nietos dentro de no muchos años. Es posible que todo el mundo fuera en coche o en transporte público a trabajar a un lugar lejano. Y también es increíble que gastará días y días al cabo del año metido dentro de un transporte, ya sea público o colectivo, con el único entretenimiento de escuchar la radio.

Para muchos urbanistas y arquitectos ha llegado el final del trabajo físico en una oficina. Y con ello vendrá el declive de los grandes centros de oficinas y los grandes edificios. El trabajador lo hará desde su casa en la mayoría de las ocasiones y cuando su presencia física no sea necesaria. Los monstruos de los rascacielos que tanto se preocuparon algunos políticos de crear para satisfacer su juego y su vanidad, quedarán en su mayoría obsoletos y vacíos. La opción, convertirlos en viviendas.

También se prevé un cambio espectacular en la movilidad y en el uso del vehículo. Los coches ya no serán los dueños y señores de la ciudades sino cada vez quedarán más marginados.

La ciudad pos COVID. Fin de los grandes centros comerciales

La evolución del comercio electrónico ya ha comenzado a causar mella en la venta en espacios físicos. Tanto las condiciones de venta, como las ofertas y las posibilidades de distribución, como las facilidades de devolución, se han impuesto a las múltiples trabas que las tiendas físicas venían poniendo a sus consumidores.

Según muchos expertos los grandes y costosos centros comerciales quedarán medio desiertos. De hecho, desde no hace muchos años, ya se pueden ver muchos centros comerciales de la periferia medio vacíos. Lo máximo mantendrán súper ponencias y su interés los centros de venta de proximidad. De hecho las grandes cadenas ya han empezado hace años a ofrecer posibilidades de supermercados más pequeños y más enfocados a los barrios.

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